Es innegable que las horas empleadas ante la máquina de escribir, el ordenador o el papel es tiempo que no se dedica a descubrir la vida y aventurarse en el complejo mundo de las relaciones interpersonales. Y sin esos estímulos básicos, tan sólo los fantasmas de la locura y las musas de lo onírico pueden escribir a través del autor. Es por ello que muchos escritores se definen a sí mismos como meras herramientas de una verdad que les es dictada. [Si bien El Quijote se volvió loco de tanto leer, también el escritor es susceptible de caer en las terribles fauces del monstruo de la locura]
El eterno debate entre si "se nace" o "se hace" es irrelevante, ya que en mayor o menor medida todos hemos escrito en alguna ocasión, bien sea una carta de amor, una redacción en el colegio, un e-mail interminable a un amigo, una nota de despedida abandonada de madrugada sobre una mesita de noche, un mensaje de texto, una dedicatoria para un cumpleaños, etc.
Todo depende de nuestro ingenio, de la habilidad que tengamos para jugar con las palabras, del vocabulario adquirido, del conocimiento que nos aporta la experiencia vital, nuestra capacidad de observación, la lectura y sobretodo una gran dosis de imaginación. [Todos tenemos un talento innato: muchos lo ignoran, otros lo niegan por falsa modestia y los pocos que lo han descubierto lo cuidan, lo explotan y se dedican a ello profesionalmente] Sea como sea, a quienes se les enciende el interruptor de la escritura y saborean el goce que les proporciona escribir, jamás dejan de hacerlo. Una vez aceptado el hecho que se es escritor, de manera intrínseca y natural, sin entrar en debates aristotélicos acerca del talento o el genio creativo, el primer gran reto reside en atreverse a mostrar la propia obra y por tanto enfrentarse a la despiadada crítica o a las felicitaciones del lector, pues la clave del éxito a nivel comercial, si es ese el objetivo desde un punto de vista superficial y práctico, reside únicamente en él. Y el lector puede ser cliente, amigo, cómplice, invisible o innecesario, pero nunca es el enemigo, sino el aliado.
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